La exposición al aluminio debido a sus efectos adversos sobre la salud humana ha generado preocupación durante los últimos años. Y no es para menos, en este mundo “moderno” buscamos formar hogares que tengan la menor cantidad de tóxicos y disruptores hormonales posibles.
La razón es muy sencilla…
La aparición de enfermedades modernas no depende únicamente de lo que comemos, sino de todos aquellos hábitos y recursos que nos hemos encargado de consumir y utilizar durante las últimas décadas. Entre ellos, todos aquellos que apuntan a ser tóxicos y a provocarnos un ambiente hormonal no equilibrado
¡Llevamos consumiendo y haciendo uso de cosas que tienen aluminio sin darnos cuenta! Estamos expuestos a aluminio en cosas tan sencillas, por ejemplo: sartenes de aluminio o utensilios para comer, envases de alimentos, papel de aluminio, pastas dentales, desodorantes, cremas corporales, ventanas o puertas, materiales de higiene y limpieza del hogar, etc.
Una investigación publicada en Environment International reveló que el papel de aluminio y los recipientes utilizados en la preparación de alimentos contribuyen a la carga de aluminio en el cuerpo, con graves riesgos para tu salud. Si bien el aluminio está presente de forma natural en el medio ambiente, su uso generalizado en productos de consumo ha provocado un aumento de la exposición humana. El cuerpo no necesita aluminio para ningún proceso biológico y la acumulación con el tiempo puede resultar dañina.
El aluminio se ha relacionado con varios problemas de salud, incluidos problemas neurológicos y trastornos óseos. Además, puede haber dificultades para eliminar el exceso de aluminio, especialmente si hay una función renal deteriorada y comprometida.
La investigación, un estudio de intervención humana pionero en su tipo, exploró si el consumo de alimentos preparados con papel de aluminio y recipientes conduce a un aumento de los niveles de aluminio en el cuerpo. El estudio involucró a 11 participantes sanos que siguieron una dieta controlada durante 30 días. Durante los 10 días intermedios, sus comidas se prepararon con papel de aluminio y se almacenaron en recipientes de aluminio. Se recogieron muestras de orina dos veces al día durante todo el estudio para medir la excreción de aluminio.
Este diseño riguroso permitió a los investigadores detectar incluso pequeños cambios en los niveles de aluminio y determinar si los aumentos eran reversibles. Los hallazgos fueron claros: el consumo de alimentos preparados con papel de aluminio y recipientes condujo a un aumento mensurable de los niveles de aluminio en el cuerpo. En promedio, los participantes experimentaron un aumento del 8.1% en sus concentraciones urinarias de aluminio durante la fase de exposición.
Este aumento fue reversible en adultos sanos con función renal normal: una vez que cesó la exposición a los utensilios de cocina de aluminio, los niveles de aluminio volvieron a la línea de base en cuestión de días. Sin embargo, esta reversibilidad podría no aplicarse a todos, especialmente a aquellos con función renal comprometida como se mencionó anteriormente.
La ingesta adicional estimada de aluminio en este escenario de alta exposición representó aproximadamente el 4.4 % de la ingesta semanal tolerable establecida por las autoridades de seguridad alimentaria europeas. Sin embargo, la exposición al aluminio es acumulativa y proviene de múltiples fuentes en el entorno. Incluso pequeños aumentos en la exposición al aluminio podrían contribuir a una mayor carga corporal con el tiempo, y las pautas de seguridad actuales pueden no tener en cuenta a las poblaciones más vulnerables o los efectos de la exposición a lo largo de la vida.
Un estudio publicado en el International Journal of Environmental Research and Public Health también descubrió que el aluminio se filtra en los alimentos cuando se cocina con papel de aluminio.
Los investigadores examinaron el contenido de aluminio en carne y pescado envueltos en papel de aluminio y cocinados en un horno. El uso de papel de aluminio aumentó significativamente los niveles de aluminio en los alimentos. Por ejemplo, el pollo y el pescado cocinados con papel de aluminio y condimentos mostraron concentraciones de aluminio de hasta 40 a 42 miligramos por kilogramo (mg/kg).
Estos hallazgos son particularmente preocupantes porque la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (AESA) ha establecido una ingesta semanal tolerable (ITT) de 1 mg de aluminio por kg de peso corporal. El estudio sugiere que el consumo regular de alimentos cocinados en papel de aluminio podría llevar a superar este límite recomendado, especialmente cuando se combina con otras fuentes de aluminio.
Varios factores influyen en la cantidad de aluminio que se filtra en los alimentos cuando se cocina con papel de aluminio. El estudio reveló que los niveles de pH, la salinidad, el contenido de grasa, la temperatura y el tiempo de exposición juegan un papel en este proceso. Los alimentos ácidos, aquellos con alto contenido de sal y los alimentos grasosos tienden a aumentar la migración de aluminio del papel de aluminio a los alimentos.
En algunos casos, como en el caso de la carne de res, cocinar sin condimentar provocó mayores niveles de aluminio. Este resultado inesperado se atribuyó al alto contenido de grasa de la carne de res, que puede interactuar con los ácidos orgánicos presentes en la carne, lo que resulta en una mayor absorción de aluminio del papel de aluminio. El estudio también señaló que el grosor del papel de aluminio utilizado afecta la cantidad de metal liberado. Si bien la investigación utilizó uno de los papeles de aluminio más delgados disponibles en el mercado, las pruebas preliminares sugirieron que los papeles de aluminio más gruesos podrían provocar una liberación aún mayor de aluminio en los alimentos.
El aluminio se ha relacionado con varias enfermedades graves, incluido el Alzheimer y el autismo. Se considera una neurotoxina y se acumula en varios tejidos, incluidos los huesos, la glándula paratiroides y el cerebro. Por ejemplo, los estudios han encontrado mayores concentraciones de aluminio en el cerebro de pacientes con enfermedad de Alzheimer en comparación con personas sin Alzheimer, particularmente en áreas como el hipocampo y los lóbulos temporales.
Beber agua con altos niveles de aluminio (más de 0,1 mg por litro) también se asoció con una prevalencia de Alzheimer dos o tres veces mayor en estudios a largo plazo, mientras que la reducción de la carga de aluminio mediante el consumo de agua mineral rica en silicio mejoró la función cognitiva en algunos pacientes con Alzheimer (el silicio parece ser un antagonista natural del aluminio, lo que ayuda a reducir su absorción y acumulación). Por otro lado, los pacientes con esclerosis múltiple también muestran niveles más altos de aluminio en el tejido cerebral en comparación con los controles.
En el caso de la enfermedad de Parkinson, la exposición ocupacional al aluminio parece duplicar el riesgo. Los mineros con exposición respiratoria al aluminio, por ejemplo, tenían una incidencia de enfermedad de Parkinson un 30% mayor.
Cuando se está expuesto al aluminio a través de los alimentos, el agua u otras fuentes, se acumula en varios órganos y tejidos, lo que provoca una serie de problemas de salud.
En el cerebro, el aluminio interfiere con la expresión genética y la función enzimática, lo que contribuye a las enfermedades neurodegenerativas. Altera la función mitocondrial, agotando los niveles de trifosfato de adenosina y provocando la muerte celular. En los huesos, el aluminio reemplaza al calcio, lo que provoca huesos debilitados y un mayor riesgo de fracturas. Inhibe la enzima que activa la vitamina D, lo que compromete aún más la salud ósea. La acumulación de aluminio en la médula ósea causa anemia al interferir con la síntesis de hemoglobina. En el hígado, altera el metabolismo del hierro y la función mitocondrial, lo que contribuye a la enfermedad del hígado graso y los trastornos metabólicos.
Los síntomas de la toxicidad del aluminio pueden ser sutiles al principio, pero se vuelven más graves a medida que continúa la exposición. Se puede experimentar pérdida de memoria, confusión y dificultad con la coordinación y el habla.
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