¿Realmente necesitamos tres comidas al día?

newsletter May 11, 2025

Por décadas nos han recomendado comer tres veces al día, o incluso más, como la norma ideal para la salud. Esto, debido a la falsa creencia de que comer varias veces al día o a cada rato aceleraría el metabolismo… ¡Vaya trabajo, estrés y presión en el que pondríamos al cuerpo! 

 

Para muchas personas, desayuno, almuerzo y cena se presentan como pilares incuestionables del bienestar, complementados muchas veces por snacks o pequeñas comidas en medio para “mantener activo el metabolismo”. Pero, ¿alguna vez nos hemos detenido a cuestionar si esta estructura es coherente con la biología humana? ¿De dónde surge realmente la idea de comer tres veces al día? ¿Y qué efectos tiene, en términos metabólicos y circadianos, obligar al cuerpo a fraccionar constantemente su actividad digestiva?

 

Históricamente, el patrón de tres comidas diarias no es un mandato biológico, sino algo que se ha ido construyendo de forma cultural relativamente reciente. Antes de la revolución industrial, los seres humanos comían de forma más intuitiva y según la naturaleza: cuando tenían hambre real, cuando las condiciones lo permitían, cuando el alimento estaba disponible y cuando veían la luz del día. No existía un horario rígido impuesto al acto de comer. Con el surgimiento de la vida moderna, la teconología, la sobre producción de productos ultraprocesados, los horarios laborales y escolares estandarizados, y más tarde, con la industrialización de la alimentación, se institucionalizó el patrón de desayuno, almuerzo y cena como una rutina “civilizada” y conveniente para el sistema social, pero no para el metabolismo biológico y evolutivo.

 

Desde la perspectiva fisiológica, el cuerpo humano está diseñado para tolerar y adaptarse a períodos de alimentación y ayuno de forma natural. La capacidad de mantener y trabajar bajo cierta flexibilidad metabólica,  permitió a nuestros ancestros sobrevivir en entornos de escasez e imprevisibilidad alimentaria. Sin embargo, en el entorno moderno, donde la comida gira alrededor de la mayoría de sucesos y eventos y los estímulos son constantes, hemos perdido esta flexibilidad a través del fraccionamiento crónico de la ingesta alimentaria.

 

Cada vez que ingerimos alimentos, activamos una serie de procesos: liberación de insulina, producción de enzimas, gasto energético, modulación de neurotransmisores como serotonina y dopamina, etc. Cuando comemos cada 2-3 horas, como suele recomendarse en muchas guías convencionales, obligamos al cuerpo a mantenerse en un estado continuo de absorción y procesamiento, sin permitirle entrar en las fases necesarias de reparación celular, autofagia y “reset” hormonal que se activan predominantemente en estados de ayuno fisiológico.

 

Este fraccionamiento crónico tiene consecuencias metabólicas profundas. El aumento de la exposición diaria a alimentos no óptimos para nuestra salud, favorece la resistencia a la insulina, el almacenamiento de grasa visceral, la disfunción mitocondrial y el deterioro de la sensibilidad a la leptina. Además, mantener el sistema digestivo constantemente activo altera los ritmos circadianos intestinales, disminuye la motilidad, favorece el sobrecrecimiento bacteriano y compromete la salud del eje intestino-cerebro.

 

Estudios recientes han demostrado que individuos que concentran su alimentación en ventanas de tiempo cortas, por ejemplo, entre 6 y 10 horas del día, presentan mejores marcadores de salud metabólica que aquellos que distribuyen la misma cantidad de calorías en múltiples ingestas extendidas a lo largo del día. Incluso sin modificar las calorías o macronutrientes, el simple hecho de limitar el tiempo de alimentación mejora la glucemia, la presión arterial, los perfiles lipídicos y los marcadores inflamatorios.

 

Más aún, la idea de que “comer frecuentemente acelera el metabolismo” carece de sustento sólido. El efecto térmico de los alimentos, el gasto energético asociado a la digestión, depende más de la cantidad y composición de la comida que del número de veces que se come. Comer seis veces al día no sólo no “acelera” el metabolismo, sino que también lo entorpece al someter al cuerpo a períodos de más trabajo y menos descanso.

 

La clave no está en imponer reglas rígidas de frecuencia alimentaria, sino en restaurar la conexión con las señales internas de hambre real, saciedad genuina y ritmos biológicos. Algunas personas, especialmente en etapas de crecimiento, recuperación o alta demanda energética, pueden beneficiarse de tres comidas estructuradas. Pero en la mayoría de los adultos metabólicamente sanos, forzar la ingesta por reloj, sin hambre real, perpetúa el desequilibrio.

 

Aplicarlo en la vida real implica permitir la flexibilidad, desprogramar el miedo a sentir hambre, y entender que el cuerpo humano puede, entrar en estados cíclicos de absorción y de reparación.

Significa también educarnos en prácticas como:

  • Desayunar con alimentos densos en nutrients y recibiendo luz solar, evitando iniciar el día con ingestas automáticas de carbohidratos simples y cafeína.
  • Priorizar comidas saciantes que respeten la composición nuestra propia naturaleza.
  • Permitir períodos de ayuno natural entre comidas, sin snacks innecesarios.
  • Cenar temprano y ligero, respetando el inicio de la fase de descanso metabólico nocturno.

 

En conclusión, la idea de que “necesitamos tres comidas al día o m’as” no responde a la fisiología, sino a necesidades sociales e industriales. La biología humana no se rige por el reloj, sino por la sabiduría intrínseca de sus ritmos internos. Respetarlos es, hoy más que nunca, una forma de resistencia biológica consciente frente a un modelo de alimentación fragmentado, artificial y desconectado de nuestra naturaleza. El verdadero reto no es seguir horarios. Es volver a sentir cuándo el cuerpo realmente necesita ser nutrido. Y en esa reconexión, se encuentra la base de la salud sostenible y real.