Durante los últimos años, el ayuno intermitente ha tomado fuerza de nuevo, tal cual como se hacía en la época de nuestros antepasados. Ganando cierta popularidad como estrategia para perder peso, mejorar la sensibilidad a la insulina, estimular la autofagia celular, potenciar la salud metabólica, y poner al cuerpo en estado de descanso y desconexión para reparar todo aquello que necesita reparar, entre muchos otros beneficios más. Sin embargo, siempre surge la duda de que si es una práctica ancestral tan buena, entonces debería ser practicado por los niños también.
En una actualidad donde los índices de obesidad infantil siguen aumentando al igual que ciertas condiciones en la salud como resistencia a la insulina por ejemplo, cada vez son más las familias que buscan estrategias efectivas para mejorar la salud de sus hijos.
En redes sociales y plataformas digitales no es raro encontrar recomendaciones para que los niños “desayunen más tarde” o se “acostumbren a comer menos veces al día” para mejorar su metabolismo. Pero antes de aplicar herramientas diseñadas para adultos en “cuerpos en crecimiento”, es necesario hacer una pausa, reflexionar y volver a conectar con la naturaleza infantil.
Desde una perspectiva metabólica en un organismo que está en etapa de crecimiento y que aún no tiene muy bien definido su patrón de alimentación, un niño no puede ni debería ser abordado exactamente como un adulto. A diferencia, el cuerpo de un adulto, que puede tolerar periodos de ayuno y utilizar reservas energéticas con mayor flexibilidad, el cuerpo del niño está en un proceso constante de crecimiento y cambio, maduración neurológica, desarrollo hormonal y adaptación inmunológica. Estas funciones demandan una disponibilidad energética constante y un entorno metabólico predecible, por lo que un ayuno prolongado no sería entonces la mejor opción.
Por otro lado, la mayoría de los beneficios atribuidos al ayuno en adultos no pueden extrapolarse directamente a niños. Por ejemplo, mientras que en adultos el ayuno puede mejorar la conexión “emocional” entre apetito y saciedad , en niños pequeños podría no ser muy bien manejado ocasionando más ansiedad, dificultad para concentrarse o incluso aumento paradójico en la ingesta posterior de alimentos. En este sentido, es importante recordar que la regulación del hambre y la saciedad en la infancia se encuentra en proceso de “calibración constante”, y es precisamente a través de una alimentación un poco más estructurada que la de un adulto, como se entrena (o regula) de forma natural.
Es muy importante destacar que, cuando se interfiere en los ritmos alimentarios infantiles con ideas como “no comer en la mañana para dejar descansar al cuerpo” o “saltarse la cena porque ya comió suficiente”, se abre la puerta a una desconexión peligrosa del instinto corporal. Esta desconexión puede generar problemas más profundos en la adolescencia, como trastornos de la imagen corporal, compensaciones alimentarias o prácticas alimenticias rígidas que luego son un poco más complicadas de abordar.
No se trata de descartar por completo la posibilidad de que un niño practique ayuno, pero sí de redefinir lo que significa “ayunar” desde una perspectiva biológica y evolutiva, sobre todo en edades tempranas de la vida. Y con esto, nos referimos precisamente a un ayuno biológico, fisiológico y natural…
Un niño que duerme 10-12 horas por la noche ya está haciendo un ayuno fisiológico natural. Asegurar un descanso nocturno adecuado, limitar las ingestas de comida después de la cena y evitar los snacks ultraprocesados antes de dormir son prácticas coherentes con el ritmo circadiano que pueden considerarse una forma de ayuno suave, pero sobre todo segura (ayuno biológico). Sin embargo, imponer ventanas rígidas de alimentación, como por ejemplo, comer únicamente entre las 12:00 y las 16:00, en un niño de 6 años, es algo que no debería suceder.
La clave está en adaptar los principios, no en imponer los protocolos. La Nutrición Moderna nos recuerda que el alimento también es mensaje, y que las prácticas que transmiten carencia, castigo o control excesivo del cuerpo, en lugar de conexión, abundancia y nutrición real, terminan dañando más de lo que ayudan. Un niño necesita aprender a escuchar sus señales de apetito y saciedad, a disfrutar la comida sin culpa, a reconocer cuándo está satisfecho y a vincular el acto de comer con seguridad, familia y placer.
Si de niños hablamos, clave es utilizar las practicas ancestrales de la forma correcta pero adaptada a cada etapa de la vida. Evitar ver el ayuno como una solución a problemas de salud infantil, y a diferencia promover en los niños un buen ciclo de sueño respetando el ritmo circadiano, mejorar la calidad de los alimentos, evitar los productos ultraprocesados, promover la actividad física libre, evitar la sobrecarga de pantallas y nutrir el entorno emocional.