¿Te has preguntado por qué cada vez hay más niños con problemas de sueño, hiperactividad, ansiedad, intolerancias, alergias y baja energía? O… ¿Por qué un sistema nervioso tan joven parece ya agotado desde los primeros años de vida? En una época en la que contamos con más tecnología, más comodidad y más información que nunca, resulta paradójico ver que las generaciones más pequeñas parecen ser también las más enfermas. Y no se trata solo de genética o de suerte, sino más bien del entorno, de biología y de su propio ritmo y naturaleza, pero sobre todo, se trata de una desconexión total con las necesidades reales de un cuerpo en desarrollo.
La salud infantil debe verse de manera integral y no se debería limitar a contar macronutrientes en una dieta ni mucho menos a pensar únicamente en incluir todos los grupos de alimentos como la clave de una correcta alimentación. La salud de los niños debería abarcar lo que realmente estructura el bienestar de un niño: la forma en que duerme, come, respira, se mueve, se vincula, se regula emocionalmente y se expone al mundo. Una crianza biológica es, entonces, aquella que honra los ritmos naturales del cuerpo humano y la que respeta su evolución y biología desde el primer día de vida, aún en medio de un entorno diseñado para interrumpirlos.
Lo biológico no es una moda, es una realidad fisiológica. El cuerpo del niño, así como el de un adulto, está diseñado para vivir en relación con la luz del sol, con el silencio y oscuridad de la noche, con alimentos reales, con el juego libre, con el contacto físico, con el movimiento espontáneo y con una relación estable con sus cuidadores y necesidades vitales. Cuando estos elementos están presentes, el sistema nervioso madura de forma segura, las hormonas se regulan, el intestino se fortalece, la atención mejora, las emociones están mejor reguladas y la alegría se vuelve un estado natural. Pero cuando se eliminan (y hoy se eliminan cada vez más temprano) el cuerpo entra en estado de alerta, el metabolismo se altera, y la infancia deja de ser un período de “construcción” para convertirse en un período de “corrección.”
Un ejemplo claro es el sueño. Un niño que se duerme a las 11:00 p. m. con la televisión encendida, después de haber cenado frente a una pantalla y con el celular al lado, está desconectado de su biología. Su producción de melatonina se suprime, el sistema nervioso se mantiene activo y la calidad del sueño profundo disminuye. Este niño puede dormir muchas horas, pero no va a “reparar”. Y un cuerpo que no repara, es más fácil de enfermar.
Otro ejemplo es la alimentación. Ahora mismo los niños están más expuestos a productos ultraprocesados desde el primer año de vida, a través de las vitaminas en forma de gomitas, los cereales de caja, yogures azucarados, snacks con colorantes y jugos en cajita o incluso leches saborizadas. Estos alimentos no nutren; estimulan, inflaman y desregulan. El resultado no es solo físico, es también emocional: más irritabilidad, menos tolerancia, más dependencia a estímulos rápidos.
Hay que empezar a observar y a analizar de forma detallada para saber las acciones que debemos tomar… La crianza “biológica” en la que se respeta un ritmo “natural” empieza cuando comprendemos que un niño es un ser humano en construcción y no en reparación, que tiene necesidades específicas muy diferentes a las de los padres (o incluso muy diferentes a las de los hermanos) y que por lo tanto responderá a su propio ambiente y evolución.
No necesitamos aplicar teorías ni protocolos, sino recuperar el instinto. Observa cómo reacciona tu hijo cuando camina descalzo sobre la tierra en comparación cuando no lo hace. Cómo duerme después de un día de juego al aire libre en comparación cuando se queda con una pantalla encendida (televisión, teléfono móvil, etc). Cómo come cuando está tranquilo y presente. Cómo se relaja cuando conecta contigo. Estos son simples ejemplos de necesidades básicas biológicas fundamentales que han sido desplazadas por información digital, pantallas constantes y entornos sobreestimulantes como exposición frecuente a la luz artificial o frecuencias electromagnéticas.
En segundo lugar, estructurar el día del niño en función del sol ayuda muchísimo. A ser posible trata que su primera luz no sea la de una pantalla, sino la luz natural. Que sus comidas tengan un horario estable, con alimentos reales y sin distracciones digitales a través de pantallas. Que tenga espacios de juego libre, sin intervención ni dirección constante. Que su cuerpo se mueva, no solo en actividades estructuradas, sino de forma espontánea, además; que su noche empiece con señales claras: menos luz, menos ruido, más contacto y presencia, más calma.
Por otro lado, cuidar su entorno sensorial es igual de importante y necesario. El sistema nervioso de un niño pequeño no está preparado para recibir tanta estimulación auditiva, visual y emocional como la que el mundo moderno impone. No todo “contenido infantil” es saludable ni aplicable. No todo juego es juego. No todo estímulo educa. El exceso de luces brillantes, sonidos fuertes, colores saturados y mensajes acelerados desregula también las señales y/o necesidades básicas del cuerpo. Y ese estado de desregulación se vuelve la base de un desarrollo alterado.
Por eso y más, es clave aprender a no normalizar que un niño no pueda dormir solo si no tiene una pantalla encendida. De igual manera, no asumir que una crisis de ansiedad es “una fase” si el niño no ha tenido contacto real con tierra, silencio, ritmos estables o incluso una nutrición óptima. No subestimes la importancia del contacto físico seguro, de las rutinas claras, del vínculo emocional disponible. Y, sobre todo, no des por sentado que lo que es común es lo que es normal. Hay que aprender a revisar el entorno del niño y ver qué es lo que se necesita corregir.
El impacto de una crianza biológica y natural tiene resultados inmediatos: mejora el sistema inmune, reduce la inflamación, regula las emociones, mejora el sueño, optimiza el crecimiento, y, sobre todo, le da al niño la base sobre la cual construirá su vida adulta. Porque no hay mejor prevención que un sistema nervioso bien desarrollado, una microbiota fuerte y un vínculo seguro. La salud no empieza a los 30, empieza en la infancia, y empieza en casa.